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Narrativa: Lucila Tolari Guimarey

Narrativa: Lucila Tolari Guimarey

 

La muerte de Julia (cuento)

 

Julia caminaba lentamente hacia su muerte por la interminable escalera, buscando el elemento esencial para la construcción humana más importante: el ser.

Ya grande, enorme, gigante, alta pero no esbelta, inmensamente alta corría por los pasillos del albergue Altamar, en Vigo, la ciudad del olivo, y donde también el verde paradisíaco se reflejaba en los ojos tibios de Julia cuando tomaba esos deliciosos helados en la Praia do Bao.

Julia hundía sus pies intensamente en el tiempo.

Julia fallecía cuando su mirada se clavaba en unos ojos griegos, que vaciaban su alma y la transportaban hacia la línea deshecha del abismo, producido por la maldita desesperanza de estar o no estar, de reír o llorar, de correr o…

Sus pies se remontaban por encima de las ostras, vieiras, almejas y demás bichos desconocidos por los amantes del aire. Distraída comenzaba a soñar la alternativa de correr más rápido que la reacción de una gaviota al desplegar sus alas cuando es atacada. Sin embargo, ¿cómo lo lograría? Si su cabello se mezclaba con  la paja, su boca estaba agrietada por el desequilibrado sol, su nariz había perdido sus pétalos, sus manos ásperas sostenían  aire, y los ojos, sus ojos, los que alguna vez fueron amarillos, se tornaban azules, azul petróleo, azul marino, ¿azul cielo?¿azul alma?¿azul cobija?¿azul dulce de leche?

Julia se estremecía cuando las montañas le resguardaban la espalda mientras la empujaban a su propia seguridad de gritar, mirando al fantasmal cielo y a una tortura infernal: el inquieto mar oculto en las nubes, “sólo quiero ser feliz”. Mas, pasados unos ratos de falsedad se reincorporaba y emergía de la pantalla protectora que montaba su cambiante madurez  y exquisita elección de tomar el conocido tren hacia su nada.

Julia se perdía en los eucaliptos al mismo tiempo que se comía el aire isleño y hacía crujir a los esqueletos  por siempre vivos de preciosos, fuertes y a la vez indefensos animales y plantas con edades de sabiduría indeterminables.

Julia se tocaba el pelo sorprendida por la espuma catártica que desprendía la unión de tres fuerzas inseparables y aisladas. Burbujeantes pedazos de espíritus vagando ruidosamente y peinando a las rocas, que nada podían hacer para obtener su alivio.

Julia se desesperaba cuando sus pies se enterraban cada vez en el centro de su cuerpo deforme, arenoso, casi desaparecido. Entonces de sus adentros algo se lo prohibía y recogía bichotes libres de la playa.

Julia se mostraba tranquila, indiferente, había aprendido las suficientes habilidades para crear la barrera perfecta que expulsaba a todas las bacterias y virus existentes en este Sistema Solar. Pero claro, se estaba muriendo por dentro, porque algo la perturbaba: una mano le estrujaba el alma, le originaba un escalofrío que se desprendía desde la espalda hacia arriba y también hacia abajo. El segundo llegaba hasta sus pies y la hacían temblar. El otro se dirigía hacia el cuello y la nuca. Aunque el más doloroso le trituraba los pulmones, obviamente no la dejaba respirar. Al mismo tiempo que perdía la voz, las compuertas eran activadas y el mar oculto fluía  transparente recorriendo su piel ruída por la felicidad. Ella sentía que bailadoras de Flamenco zapateaban en su tejido inteligente.

Julia se unía antropomorfológicamente a las piedras. Buscaba su proveniencia, su estado natural, la pequeña paz que necesitaba para empezar a pisar verdaderamente, insinuando a su planta a ocupar toda la huella y aferrándose a la tierra pura para hallar su conexión, su anti-soledad, su continuación descontrolante con el pasado y la ruptura con el futuro.

Julia necesitaba una mano, un apoyo, una sonrisa, una buena noticia, un abrazo, un beso. Su problema era que lo tenía por momentos. Es más, a veces llegaba a ser todo tan perfecto que no podía parar de reír. Pero otras veces lo único que repetía era: “¡Qué salga el sol! No te apresures porque también tenía una fortaleza interior a la cuál la lluvia ni el viento intentaban derrumbar, aunque todavía no habían terminado de enseñarle la canalización de la mierda.

Julia se cansaba de buscar y no encontrar. Hasta que un día lo consiguió, divisó cerca, tan cerca su mano, su apoyo, su buena noticia, su mirada penetrante, que la llevó a alcanzar su debilidad. Esto le provocó la prueba más misteriosa de este mundo.

Julia sólo quería ser feliz.

 

Lucila Tolari Guimarey

*Este cuento fue premiado en el certamen “Pomba” 2001, que organiza la Xunta de Galicia. Lucila Tolari Guimarey lo escribió tras una experiencia de actividades de campamento que se les ofrece a los jóvenes descendientes de gallegos. La autora forma parte del Cuerpo de Danzas del Centro Gallego de Rosario, y da clases de baile tradicional, allí mismo, a niños que recién comienzan.

 

 

3 comentarios

Pablo Gastón -

La verdad que es hermoso el cuento!!! Muy sentido!!! Se nota que tenes el alma profunda, los sueños presentes y el deseo apoderado de tu trazo!!! Te amo!!!

Betty Badaui -

Gracias, Lola,por el saludo, lo retribuímos.
Coincidimos con tu apreciación sobre el cuento de Lucila Tolari Guimarey
Betty

Lola Alvarez -

Lucila, eres una escritora excelente, las descripciones son impactantes, se meten dentro de una, vaya que tienes bien ganado el premio
te mando todos los saludos que quieras recoger
Lola
También tengo saludos para los del blog
Lola