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Narrativa: Liliana Chávez

Narrativa:  Liliana Chávez

                        LA MADRIGUERA

La muchacha llegó al rancho con el sudor aflorando. Se apoyó, desfalleciente, sobre el horcón de entrada. Amaranta se asustó al ver su palidez de ánima. Las manos ásperas de la vieja la ayudaron a estirarse en el catre. Lo primero que hizo fue colocarle un paño frío sobre la frente.

Al retirar el abrigo que la cubría, advirtió en el cuerpo de niña un vientre prominente y frunció el ceño. Intuyó que había llegado hasta allí aconsejada por alguien, ignorante de lo que pasaba en su cuerpo. Supuso la anciana que era en vano zamarrearle el silencio. Le tomó con una mano la cabeza y procuró que bebiera unos sorbos de leche de cabra, le sobó luego las caderas y dedujo que le faltaban al menos dos días para parir.

El domingo, en plena noche, empezó Nuncia con los dolores. La vieja ya tenía preparadas palanganas, trapos y un recipiente con agua humeando sobre el brasero. Sus cuidados y un par de brebajes habían mejorado el semblante de la joven que, seguramente, repondría energías una vez superado el parto.

Pero el acontecimiento vino más contrariado de lo que esperaba; la niña no hizo el menor esfuerzo en pujar y Amaranta, comadrona de años, terminó más agotada que la propia parturienta.

El lebrel de la curandera, acostumbrado a ladrar apenas escuchaba el primer llanto, esta vez se estiró silencioso bajo la mesa. La vieja puso al niño desnudo en brazos de su madre. Era mejor que lo viese ahora y no que después su corazón le reclamara. Ya tendría tiempo al día siguiente para hablarle de su muerte. La muchacha lo miró de reojo; excepto por el color de piel, el recién nacido se parecía al hombre aquel que había pasado un día por Pozo del Rey.

Dormía la comadrona un sueño pesado cuando Nuncia envolvió al niño con una manta delgada y se perdió en el monte. El lebrel salió tras ella y la siguió a distancia.

La joven, no repuesta todavía, sintió el regreso de la calentura. El camino pedregoso, las matas y el sol amagando de frente le dificultaban el paso. Varias veces intentó ahuyentar al sabueso, empeñado en perseguirla.

Buscó descanso bajo un molle de raíces socavadas. Dejó el niño a un lado para secarse el sudor del cuerpo; el perro seguía ahí cuando la imagen del forastero le sacudió la mente. No pudo evitar aquella noche que el hombre le arrancara la ropa, la tirara al suelo, que sus manos rudas le mantuvieran abiertas las piernas mientras él la apremiaba con el cuerpo. Sintió el aliento a ginebra sobre su boca, la lengua humedeciéndole el cuello, los pezones ingenuos, el vientre. La furia le subía por la garganta cuando, oculta entre las piedras, una madriguera llamó su atención. El enojo descendió entonces por sus manos; cavó y cavó hasta que el hueco fue lo suficientemente grande. Rezó lo poco que recordaba del padrenuestro y, sin ni siquiera haberle dado un nombre, colocó dentro al niño.

Ahí nomás salió corriendo, atropellada como ave agorera y, recién después de un trecho, se animó a voltear la cabeza hacia el árbol.

El lebrel de Amaranta escarbaba la madriguera y, apretado entre los dientes, se llevó de regreso al rancho, el bulto recién enterrado.

Liliana Chavez

 

Mención Especial

XXVII Certamen de Cuento

General Cabrera,2005

 

3 comentarios

María Elena -

Lily,me encantó este cuento. Impactante, muy bien llevado, el ambiente donde se desarrolla. Qué bueno, te felicito.

María Elena

celia -

Lily, te sigo por donde vayas
me encanta tu narrativa tanto como tu poesía y este cuento, crudo, no deja de ser realista, ya sabés que soy de un pueblo chico, donde hasta te diría que era común, mucho más de lo que se creía. Mi admiración

Celia

Rosa Lía -

Lily:
Qué crudeza en tu cuento, se me hizo un nudo en la garganta, por la realidad de la niña, por la acción del animal.Que buena pintura de como a veces se invierten roles, Te felicito.