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Narrativa: Andrés Aldao

Narrativa: Andrés Aldao

El accidente

Caminaba distraído; más bien preocupado. Lo habían despedido hacía algunos meses. Se sentía agredido por la realidad: la percibía despiadada, intolerante, ensañándose con él. La incertidumbre y el temor al futuro se le clavaron como una espina endemoniada, ponzoñosa. La mujer no cesaba de sermonearlo, de quejarse sin pausa, de enrostrarle el éxito de los amigos y reprocharle sus fracasos.

Tal vez por eso no vió venir el auto rojo ni escuchó el grito de la mujer advirtiéndole. El guardabarro lo arrojó con violencia sobre el pavimento y al caer sintió que la cabeza daba contra el cordón. Percibió el dolor, intenso, impiadoso, burlón. Y luego nada; una dimensión huera, oscura.

Abrió los ojos con un parpadeo indolente. Contempló la calle desierta; los árboles configuraban una línea prolija, elegante, que iba perdiéndose en la perspectiva del horizonte de su mirada. Entonces recordó el accidente. Trató de incorporarse; una vez en pie sintió la punzada en la cabeza, alrededor de la nuca. Se miró la ropa: estaba entera y solamente un poco de suciedad en el pantalón y la campera. Sonrió feliz; estaba vivo, no le había ocurrido nada serio. “Pudo haber sido peor”, pensó.

La calle estaba desierta. Echó a andar en dirección a ningún lugar. No conocía la vecindad; tampoco le importaba. Hacía meses que pateaba horas y horas por los barrios de la ciudad. Al principio buscaba trabajo, cualquier ocupación. La voz de su mujer, avinagrada y sentenciosa, obsesionaba sus sentidos; una angustia hosca invadía sus pensamientos. Luego, el salir a caminar por la ciudad recorriendo recovecos que no conocía le proporcionaba, por momentos, una calma desconocida, un sosiego bienhechor. Como una amnesia temporal que lo hacía olvidar de la realidad, ingrata y lacerante.

“Es raro -pensó-, me siento tranquilo, sin angustias ni acosos. No tengo ganas de volver a casa. No; estoy podrido de ser el blanco de su agresión. No quiero oírle el vozarrón monocorde y punzante. Cuando ella me regaña es como ver su dedo acusador delante de mis ojos. No; todavía voy a seguir andando por estas calles desconocidas”.

Ya no sentía dolores; tampoco en la cabeza. Quería compartir el gozo de haber sido la víctima de un accidente del que salió indemne. Pero la calle estaba vacía; ni un alma. “Lástima –pensó-, hubiera querido contarle a alguien este pequeño milagro. pero lo mismo da: qué le importa a la gente las penas o las dichas de los demás. Cada uno en lo suyo y el resto del mundo que reviente”.

Lo colmaba una beatitud que se esparcía por todo su ser. No pensaba en su mujer, ni en la falta de empleo, o en las deudas que lo acosaban y no le daban reposo. Observaba la tersura de algunas nubes navegando por el cielo límpido y celeste, transparente como un cendal delicado, y se sintió estremecido por un placer desconocido. El aire era fresco, se percibía su pureza, y un aroma fragante, como de rosas y jazmines, le generaron una sensación agradable.

Anduvo un rato largo; no estaba cansado, tampoco tenía sed, o hambre. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de un bienestar así. Se sentía feliz. Esbozó una sonrisa plácida: “Como cuando era pibe, viviendo protegido por los viejos; sin las angustias de la vida adulta, sin las malditas deudas”, recordó meneando pausadamente la cabeza.

Siguió su marcha; se detuvo un rato, contempló los alrededores. Y de pronto se acordó: “¿Dónde está la mujer que me gritó ‘cuidado con el auto’.? ¿Y el que manejaba el coche? ¿Porqué no se detuvo para ver qué me sucedió?” Las respuestas eran burlonas, crueles. Su mente no las admitía.

Ese silencio cóncavo que lo escoltaba desde hacía rato; las ausencias, la soledad espectral de las calles que iba recorriendo; el apacible y lejano tañido de campanas; ese murmullo de gemidos que parecía un réquiem coreado a capella, le produjeron congoja. Un lagrimón furtivo le birló la sonrisa. Por que sólo entonces comprendió la verdad de la historia: estaba muerto. Irremisiblemente muerto •

Andrés Aldao

Fuente: Artesanías Literarias (sitio del autor)

2 comentarios

Rosita Fasolís -

muy buen relato. Deja en el pensamiento un "sabor" nostálgico. Penoso en el final acaso previsible. Porque no hay un acercamiento impensado a la idea de la muerte del actante: está ahí desde la soledad. Bueno leer esto. Rosita.

Lily Chavez -

Ese silencio cóncavo...yo me quedo prendida con tus palabras, con tu narrativa Aldao , MAESTRO, y me da mucho gusto leerte en este sitio.