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Rosa Lía Cuello

Rosa Lía Cuello

Segundo Premio en "Certamen Gloria Malinskas" (San Juan-2016)

Rosa Lía Cuello

 

 

Filosofía para gatos

 

 Mientras espero que Juan venga a buscarme, y como me arreglé temprano, cosa inusual en mí, me pongo a hojear un apunte que estoy leyendo para un curso. Dice que con el pensamiento se puede llegar a lo que es la verdad e ignorar los sentimientos, que a los humanos parecen regirnos. Siempre estamos pensando en hacer cosas por los otros, ya sea por lástima, por interés, por envidia, por creer nomás, por ese sentimiento absurdo que nos domina de estar en todo y de solucionarle la vida a los demás.

En realidad lo que dice es sobre ignorar los sentidos, en la medida que la razón no indique que son verdaderos. Y agrega que "Es necesario decir y pensar que el ser es y el no ser no es".

Ahí es cuando uno comienza a preguntarse que es El Ser y tiene que correr aunque sea hasta un diccionario por que no entendimos nada de lo que dijo la profesora, que parecía más trabucada que nosotros. También este buen señor afirma que "el ser es uno, inmutable, inmóvil, indivisible e intemporal". Más de uno podrá preguntarse que clase de loca soy. Eso no viene al caso…

En este momento, me quedo pensando en Parménides. No el filósofo sobre el cual estoy leyendo sino en mi gato que se llamaba igual. Era el vago más ronroneador del barrio. Atigrado y de color naranja. Dicen que de cada millón de gatos naranjas nace una sola hembra. ¿Y adivinen donde vivía? En la casa de al lado.

Está bien, mi Parménides no era un ser en el sentido que refiere el cuadernillo, era un gato, mi gato, pero se hacía entender.

Desde chiquito le gustó dormir cerca de la ventana, en el piso, sobre un almohadón verde. No hubo forma de cambiarlo de lugar, si lo poníamos en otro sitio se las ingeniaba para regresar. Hasta que mi madre un día dijo que era imposible hacerle entender y lo dejó. Sucedía que desde allí vigilaba a la vecina que se la pasaba subida al árbol, y cuando cruzaba algún otro felino por esos lugares ella sólo miraba para la ventana y allá salía mi Parménides como si lo llamaran de urgencia, dispuesto a luchar para defender a su amada.

Ella "inmutable" veía desarrollarse la contienda, cuando el intruso lograba escapar, bajaba y se reunía con él. Los ojos le brillaban y juro que muchas veces la vi sonreir seductoramente, si los sentidos se disfrazan, yo pido perdón. Fui engañada por ellos y por esa Gatúbela de jardín, que mordía a mi gato en el cuello y él se quedaba muy orondo, como si le gustara.

Mi hermoso y relleno mamífero, se ponía cada día más flaco. Perdió el hambre y juraría que estaba ojeroso, pero fiel. A veces me miraba queriendo contarme algo, o me lo contaba, pero yo no supe entenderlo.

Una tarde, lo vi salir despacito, no digo arrastrándose, pero casi, y cruzar el cerco con dificultad. Esa noche no volvió a dormir y la vecina tampoco.

A lo largo de tres días recorrimos casi todos los lugares del barrio. Los bomberos no me hicieron caso, la policía no tomó mi denuncia, ni la de la vecina, casi nos mandan a la guardia psiquiátrica.

Hasta que un viernes, en medio de la noche pude verlo al lado de la cama, hablaba, y me dijo que buscara entre los yuyos del patio de un caserón abandonado. Salí sin decir nada, con una linterna bien grande.

Me dirigí al fondo de la casa que conocía, por que cuando niños todos jugábamos ahí. Mi Parménides iba delante de mí, casi transparente de tan flaco. Alumbré cerca de un tronco que había y me paralizé, quedé "inmóvil", lo que vi me lleno de miedo.

Ella, tan anaranjada y peluda, estaba inclinada sobre mi hermosa mascota, y al ver la luz levantó la cabeza. Su nariz, antes rosada ahora estaba roja como su boca con la sangre de mi félido que le caía por los colmillos pequeños y filosos, pero efectivos.

En ese momento, recordé aquella vieja leyenda japonesa que contaba el tintorero, sobre una gata vampiro que mataba a sus enamorados. Y me di cuenta de que el gato que me acompañaba, se acercaba al lugar y se iba incrustando lentamente sobre el cadáver hasta fusionarse en él. Ahí supe que el objeto de mi cariño sería "indivisible" para siempre. Presa de un ataque de furia y desconsuelo agarré a la gata maldita y la revoleé por sobre el tapial.

Después tomé a mi Parménides que ya no respiraba y lo lleve a casa. Cuando amaneció lo enterré en el jardín, segura que nuestro cariño se había convertido en "intemporal"….

 

Nunca sacamos el almohadón verde de abajo de la ventana. Piensen lo que quieran, pero mientras recojo mi cartera, por que escuché la bocina del auto de Juan, lo veo pasar y ubicarse en su lugar favorito…

 

Rosa Lía Cuello

20/11/09

 

 

 

4 comentarios

Rosa Lía Cuello -

Gracias, Amalia!abrazos

Rosa Lía Cuello -

Gracias, Betty, abrazos !

Amalia López -

Relato entretenido, imaginación múltiple, una historia distinta de las comunes, me gustó mucho.
Con todo cariño.
Amalia

betty badaui -

¡Felicitaciones, Rosa Lía!, me gustó el cuento, bien merecido el premio.
Un gran abrazo
Betty