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EL DOCE, RECURRENTE Y SINGULAR *

autora: Nora Lilián Séculi

En las postrimerías de este año del Señor de 1998 que aún estamos transitando, cuando resulta casi obligatorio para la impaciencia humana dirigir miradas anticipatorios a lo cronológicamente inevitable, o sea el futuro inmediato materializado en la cifra 1999, he tropezado, reiterada y sorprendentemente, con otro número: el 12.

Posiblemente conviene aclarar que estos doce recurrentes sólo tienen que ver con mi persona y por ende no se refieren, ni están llamados a afectar en lo más mínimo la vida del planeta. Lo que ha sucedido es simplemente que, al proyectar mis pensamientos al para muchos fatídico 1999, el archivo de la memoria ha elegido enviarme una serie muy particular de imágenes referentes a sucesos diversos de mi historia personal -importantes, triviales, dolorosos, felices, cruciales -pero con un denominador común (o dos): todos generadores de cambios profundos y todos fechados doce años atrás.

¿Por qué recordarlos frente al 12° aniversario y no en ocasión del 10°, según lo establece la convención más generalmente aceptada? ¿Y por qué no? El número 12, que contiene e integra en uno nuevo e individual al 1 y al 2 y ofrece en la suma de sus elementos constitutivos el 3 (todos de gran contenido simbólico), es y ha sido siempre una entidad recurrente y de relevancia singular.

Doce da idea de cifra redonda, de algo completo, un conjunto. Al igual que el tres y el siete, es uno de los números mágicos de la antigüedad, con asociaciones y connotaciones muy definidas, de presencia frecuente en la narración bíblica, la leyenda y el mito, y también en la vida diaria.

Doce son los meses del año, los miembros del derecho anglosajón, las Tablas de la Ley Romana, las notas de la escala dodecafónica y las teclas del piano (7 blancas y 5 negras), los signos del Zodíaco y además, los del Horóscopo chino. Doce son los Apóstoles, así como también las Tribus de Israel y, en relación directa, los famosos vitraux de Marc Chagall que celebran a los doce hijos de Jacob. Doce los mitológicos trabajos de Hércules, y el número de noches que van desde Navidad hasta la Epifanía o Noche de Reyes, detalle éste que está presente en la denominación en inglés: Twelfth Night, o sea duodécima noche.

Doce divisiones marcan la esfera del reloj, ya que dos veces doce -doce de luz y doce de oscuridad- hacen un día. El mediodía y la medianoche son momentos de clímax, cada uno con su propia plenitud y diferenciación conceptual. Recordemos como ejemplo la película “High Noon”, título que señala al mediodía como un punto culminante para la resolución del conflicto allí presentado y que en su versión castellana conocimos como “A la hora señalada”, y por otra parte, detengámonos un instante en la idea generalizada de la medianoche como un tiempo de magia y sucesos extraños, desde brujas y lobizones, antiguos y contemporáneos, hasta la mítica Cenicienta.

Y el Doce además se reitera bajo la forma de su hermana gemela -la docena- de idéntico valor aunque con un comportamiento tal que hace que a veces no resulte del todo confiable en sus afirmaciones. Porque “por docena” no sólo se compra y se vende, sino que a veces encontramos que se alega haber repetido algo “docenas de veces” o haberse visto forzado a corregir “docenas de errores” o en casos mucho más afortunados, tener “docenas de amigos”. Es entonces cuando puede resultar reconfortante recordar que, al menos y según la sabiduría popular, siempre es “más barato por docena”.

NORA LILIÁN SÉCULI

Rosario-Argentina

*Fuente: Libro Anual XXXIII - Asociación Literaria “NOSOTRAS” - Año 1998

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