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Relato: Andrés Aldao

Relato: Andrés Aldao

La nena de Paisandú

    Sabrán que yo he sufrido,

conocerán mi nombre,

quizás me hagan justicia

(Poemas del Hotel Melancólico)

Máximo Simpson

Ir de tarde al cole tenía sus ventajas. Dormir como un descosido. No tener obligaciones. Vivir ensoñaciones sin alienarse en la vida tonta y frágil. De mañana, el barrio era suyo, sólo suyo, todo entero para él. Los troncos de los paraísos, las baldosas rotas, la garúa antojadiza o el sol candente le pertenecían. No tenía que compartirlos con nadie.

Tendría ocho o nueve años, se levantaba legañoso, sus bostezos parecían los de un mini hipopótamo enjuto, y la madre le daba ese café con leche... pura leche y una hebra de café incógnita. Luego iba a recorrer los empedrados de las calles aledañas, donde la brisa de Caballito se abrazaba a su candor, y él veía a ese mundo pequeño como la tierra que giraba alrededor del eje de su vida, lampiña, impoluta

Andá a comprar el pan a Las Delicias, ordenó la hermana. Alegría efímera de liberto. Podía salir sin tener que trepar al piletón del patio y saltar al pasillo. Era la libertad sin riesgo... De paso, y antes de comprar las flautas y el pan alemán (que le gustaba al viejo), iría a leer la cartelera de garrón en la esquina de Gaona y Paisandú

Enfiló hacia Paisandú. La calle vacía, una estepa calurosa (marzo con las clases recién comenzadas...). Todavía los gorriones. Todavía las hojas verdes. Todavía la vida cotidiana para largo.Todavía los viejos. Todavía...

Silbaba bajito un tango cuando vio a Rosa la Pampita sentada en el umbral con una muñeca grandota. Le habían provisto de mal nombre (la Pampita se deja fácil...). Y el chisme corría, como corre el agua podrida hacia la alcantarilla.

Vio el temor en sus ojos. Al verlo se levantó quedándose parada en el escalón de la puerta. Se iba acercando... Cada vez más cerca... más y más... Le tiró el manotazo a la muñeca. Ella no la soltó y lloriqueando le pedía que la deje. Forcejearon. Y de pronto se tumbaron. Juntos, pegados.

Jadeaban. La Pampita gimoteaba; los dos en el suelo, las piernas entrelazadas y él seguía tironeando de la muñeca.

En eso la soltó... Y ella la apretó contra el pecho flaquito. Fue de improviso. Como la decisión de manoteársela: No sabe si lo hizo arrepentido por la salvajada. Por su lloriqueo. Por la vergüenza de él.

Se quedaron así unos instantes. Él, tirado en la vereda, quieto, contrito. Ella, medio levantada y sus piernas enredadas en las de él. Y mientras él percibía la tibieza suave de su piel de nena, Pampita reclinó su cabeza en su hombro y cerró los párpados

Pasó un rato, medio minuto o un siglo. Sentía el latido de su pecho trenzándole sensaciones extrañas, agradables.

El corazón acelerado parecía querer estallarle, el vaho tibio de la boca de Pampita le llegaba como un soplo suavecito, la cercanía de sus ojos le fascinaban.

Eran dos chicos, solos en el universo, percibiendo en el alma algún eclipse de luna, o un arco iris prodigioso, una quimera mágica o, acaso, el estupendo sueño de dos pibes perdidos en el espacio que empezaban a descubrir el secreto de la vida. Sin saber muy bien qué y por qué les ocurría.

La Rosa, delgadita, endeble, se levantó, lo miró con los ojos aún llorosos. Una mirada rara, de sorpresa. Tal vez de ternura. Había sido el mutuo encantamiento que semejaba un efluvio, o quizás un espejismo feliz y efímero. Se dio media vuelta y regresó al mundo de los días calcados.

Fue caminando hacia Gaona. A comprar el pan en Las Delicias. Y vichar los titulares de Mundo, Prensa y Nación.

Ese abrazo entrañable sobre las baldosas de la calle Paisandú, pensó mucho después, fue la alborada, el cobertizo casual de un afecto incipiente entre dos chiquilines, felices por haber estado juntos. Y estremecidos por algo que no entendían. Un meterorito cuyo paso fugaz les dejó rubores al percibir la tibieza de sus pieles, la vibración ingenua de los sexos como parte de la cautivante intriga del amor. ■


                             ANDRÉS ALDAO

                 Nacido en Argentina, radicado en Israel

http://artesanosliterarios.blogspot.com

 

 

 

4 comentarios

Blanca Basile -

Un cuento que moviliza los sentimientos y además tiene una exposición que define al gran narrador.
Gracias por compartirlo.
Blanca

Marita Ragozza de Mandrini -

La narrativa de Andrés tiene la virtud del lenguaje como soporte de interpretación. En este puntual cuento está bien descripto el despertar de la sexualidad y su inocencia.
El personaje se hace querible.
Gracias a Betty por darme la oportunidad de re-leerlo.

MARITA RAGOZZA

Aristóbulo -

Te felicito Andrés por usar las palabras que el pueblo usa.
Un apretón de manos, Felicidades
Aristóbulo

Amalia López -

Esta historia de vibraciones adolescentes tiene esencia.
Me hizo imaginar que conozco a la Rosa con su mirada de sorpresa.
Lo felicito Andrés.
Cariñosamente
Amalí