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la literatura paraguaya en un diccionario

 



Este artículo ha sido enviado por Delfina Acosta

La literatura paraguaya en un diccionario

El diccionario de la literatura paraguaya se va abriendo en cantidad y también calidad a los lectores, pues los umbrales de las letras de los tiempos que corren necesitan respuestas efectivas por parte de investigadores y compiladores de cuentos, novelas y poesías.
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18 de agosto de 2008 . Este artículo ha sido enviado por Delfina Acosta

5 poetas españoles de hoy

Tengo en mi poder un libro que encontré hace unos días en mi buzón. Se titula Pentagrama. Fue publicado por Trilce ediciones, en España. El mismo es una antología preparada por Remo Ruiz, poeta y ensayista español, nacido en París (1964). El texto, que también da en llamarse “Cinco poetas españoles de hoy”, contiene los poemas de los siguientes artistas: Luis González Tosar, Juana J. Marín Saura, Enrique Villagrasa, Alfredo Pérez Alencart y Asunción Escribano.
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Subject: USTED SE BESA CON EL CURA (CUENTO)

USTED SE BESA CON EL CURA
DELFINA ACOSTA
Pensativo lector: No me mueve sino la intención de acercarle la versión de mi niñez, para alejarlo de sus preocupaciones y hacerlo reír, ojalá, con mis diabluras.
Se habla desde siempre sobre cómo educar a los chicos. A los niños hay que enseñarlos en el amor. Esa es una verdad.
Considere el lector mi mala crianza, pero sepa, antes de juzgarme, que mi existencia, como la de muchos niños librados a la holgura del campo, ha sido feliz gracias a la rudeza y a la fiereza.
Vivía yo en una casa grande, ubicada sobre una suerte de colina del pueblo, a pocos pasos del camino de polvo que llevaba al cementerio. Ibamos mis amigos y yo al camposanto, en las siestas calurosas. Allí hacíamos tumulto, que era la degeneración propiamente dicha, pues si bien éramos pequeños, teníamos el salvajismo clavado en nuestros sentidos.
No le temíamos a los cuernos de las vacas, que solían comer pasto en la loma, y por malditos y provocativos, les arrojábamos piedras en los cogotes. Con el tiempo, aquellos animales, al vernos llegar, se alejaban del lugar a prisa.
No podíamos sentirnos contentos siguiendo las habituales normas del juego, pues crecimos a la de Dios que es grande, sin padre ni madre que nos castigaran o mimaran, ni cavilaran en nuestro destino.
Nos gustaba el juego de las consternaciones. Sentados frente a los panteones, invocábamos a los espíritus del sitio, con amenazas de que si no salían a mostrarnos su pálida tez, su larga barba, o, al menos, su gusano, los condenaríamos a perpetua inmolación en el infierno.
Cuando nos enterábamos de que alguien había fallecido, ya estábamos junto a la fosa abierta, aguardando la llegada del cortejo fúnebre.
Nos producía una extraña fascinación observar la descompostura de algún pariente, que caía de ancas en el suelo, para recuperarse después de oler la lengueta de un zapato.
En una ocasión, Malú, que siempre desayunaba aire, pues era puro esqueleto y barriga cargada de lombrices, largó un gas estruendoso mientras el cura párroco reflexionaba solemnemente sobre la paz de la vida después de la muerte . Recuerdo el silencio ofendido y espeso de los deudos ante la cruz mayor.
En fin, que éramos malvados, torcidos de mente y muy animales, estaba escrito en piedra. Y si lo sabíamos, no alcanzábamos siquiera a considerar la razón de nuestra maldad, pues nos creíamos con derecho de llevar a cabo lo que queríamos hacer, por el sólo hecho de ser niños.
El juego se justificaba, para nosotros, por el mismo juego. Nuestra ley era jugar por jugar.
Eso sí; las niñas nos fuimos haciendo finas y doctas en la hipocresía. Un domingo por la mañana, Rosa y yo fuimos a hablar con la madre superiora del colegio de monjas de Villeta.
Quiero ser monjita porque San Antonio se me aparece en la pared de la letrina - le dije a la religiosa, dándole codos a mi amiga. “Yo quiero conservarme virgen”, le habló Rosita.
Pero son muy pequeñas; ¿están ustedes bien de la cabeza? - nos contestó la hermana directora, sorprendiendo, ofendida, nuestra caradurez.
- Mi mamá es atea. Dice que usted se besa con el cura, que no se baña nunca y que es chismosa - le respondí. Entonces una bofetada me cambió el color de la cara.
Rosa Caballero partió a los quince años a la Argentina. ¿Qué se habrá hecho de ella?
Ah... los recuerdos de mi niñez. Tan maldita que era. Tan mal intencionada. Tan lista para hacer pasar la fechoría por buena intención.
La tarde cae fría sobre la higuera
Tengo por sentado que al morir, voy a reencontrarme con mis amigos de la infancia. Nos veremos la cara y moriremos de la risa.



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