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-El bicentenario de las palabras-
Ocurren tantas cosas en un lapso de doscientos años, que enumerar siquiera las más importantes significaría ocupar páginas y páginas, Mb y Mb, palabras y palabras. Comenzar diciendo que somos un país con ánimo de llamar la atención, cual adolescente carente de algo que no se sabe bien qué es. Somos, sino el único, uno de los pocos que tiene dos fechas patrias, una la que se celebra este mes de mayo, la otra, la del papel que certifica una independencia maltratada, en julio. Y vamos a celebrar el bicentenario este año y, a lo mejor, de acuerdo a cómo venga la mano, lo celebramos también en el 2016. En toda esta mixtura de decisiones en busca de identidad, podemos agradecer que en doscientos años tuvimos literatura, y de la buena.
Desde el Martín Fierro de don José Hernández, La cautiva de Echeverría, el Facundo de Domingo Sarmiento, en los albores de la conformación de nuestro país hubo una literatura, si se quiere militante, que no ha dejado de lado alguna cuestión estética. Más acá, a comienzos del siglo pasado, la poesía de Alfonsina Storni, da paso, hacia los años treinta, a un poeta que terminará conviertiéndose en ícono de nuestras letras, Jorge Luis Borges. Ya casi a mediados de siglo aparece una literatura con características potencialmente artísticas: la novelística de Ernesto Sabato, de Adolfo Bioy Casares, de Beatriz Guido. Hasta que llegamos a los fulgurantes sesenta con la aparición de nombres como Rodolfo Walsh, Julio Cortázar con su inolvidable Rayuela, y todo un mundo cuentístico y poético que de la mano de Alejandra Pizarnik, Juan Gelman, dan otro panorama y otra perspectiva a las letras de nuestro país.
No nombro en estas líneas lo más importante, ni siquiera lo que más me ha impactado a mí como lector. Menciono lo que me viene a la memoria de escriba curioso. Habría mucho más para mencionar, sobre todo de nuestra ciudad: Ada Donato, Angélica Gorodischer, Jorge Riestra, Roberto Fontanarrosa, del cual algunos de sus cuentos son una verdadera joya de la narrativa latinoamericana, pero que se reconocerá dentro de un tiempo prolongado, cuando se apaguen un poco las pasiones. Porque los argentinos somos así, apasionados, y contradictorios, ya desde nuestro nacimiento, a tal punto que en 1815 existían dos periódicos, uno de los cuales se llamaba El censor, y el otro El independiente. Me permito parafrasear al ícono de nuestras letras y decir que los argentinos no somos ni buenos ni malos, somos incorregibles.
Raúl Astorga
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