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Rosa Lía Cuello y Susana Salomoni

Rosa Lía Cuello y Susana Salomoni

       Una ciudad, mi ciudad.

 

 

   Una ciudad son calles, árboles, gente, lugares que nos rondan desde la memoria. Son recuerdos que no han de morir. Nosotros la soñamos y ella también hace lo mismo desde la profundidad de su entorno.

   Una ciudad surge de los actos de sus habitantes, de sus artistas, de personas que también se atreven a imaginarla. Dormidos o despiertos la vivimos en los otros, en sus edificios, su parque, sus muertos, su tránsito, su aeroclub, sus comercios, sus cines, teatros, bibliotecas, escuelas, sus adelantos, gente que ríe o sufre, animales que deambulan sus calles.

 

   Una ciudad posee noches de mate en alguna casa y susurros al contar  historias. Hablo de alguna madrugada donde  recordar, por ejemplo, a la chancha con cadena que aparecía  en un baldío, asustando a los desprevenidos.

   Siguiendo un breve recorrido se puede llegar hasta esa casa deshabitada desde hace tanto tiempo y donde cuentan que se escuchan ruidos o las puertas se cierran solas.

   O tal vez debiéramos dirigirnos hacia el Este de la ciudad, sobre la rotonda, donde están las instalaciones de una gran fábrica y según se cuenta por las noches se ve pasar una niña, con su bicicleta, desde un galpón al otro. Una niña que aparece de la nada y se corporiza para que la vean con sus ropas antiguas y, desaparece de repente como llegó.

Hay tantas historias en una ciudad, deseosas de convertirse en leyenda, que pugnan por esconderse  en la boca de sus habitantes. Buscan alguien que con sus palabras abra el tiempo.

 Y cuando eso sucede, cuando encuentran el instante de propagarse,  el espacio de esa ciudad canta en las paredes, en el aire, canta historias públicas, tuyas y mías, historias que nos pertenecen a todos los habitantes.

                                                Rosa Lía Cuello

 

 

 

La torre de la Iglesia

 

La torre de la iglesia que se eleva

frente a la plaza florecida de mi pueblo

tuvo un destino glacial de piedra dura

que vio con asombro trastocarse un día

en la imagen venerada de San Pedro

que le puso un corazón a su armadura.

Desde entonces palpita la ternura

sobre su áspero fondo de granito

y hay un roce de luz y de infinito

cristalizado en la emoción más pura.

Torre blanca cual flores de cerezo

en la gracia del aire suspendida

colmada de palomas que la anidan

como unidas en la emoción de un rezo.

En lo alto de la torre se refugia el silencio

cuando no se escucha de las campanas el tañido

y las verdes ramas que a veces la circundan

van mostrando a las nubes la tibieza de un nido.

Torre blanca del amor y de la ofrenda

que amojonas tu ayer en la leyenda

te guardaré siempre un especial cariño

porque me traes en visión frágil y alada

de aquel lejano tiempo en que era niño

la imagen de mi madre arrodillada.

                                        Susana B. de Salomoni

 

 

 

 

 

4 comentarios

betty badaui -

Gracias a ustedes Rosa Lía y Susana por colaborar con sus obras.
Felicidades
Betty

Lily chavez -

Poetas locales, muy bien Betty.Felicitaciones a Susana por el poema y felicitaciones a vos Rosa Lía, no conocía tu perfil narrativo, está muy buena esta incursión.

Rosa Lía -

Gracias Amalia por tu comentario y gracias Betty por este easpacio que brindás...un abrazo inmenso

Amalia López -

El relato y el poema tienen encanto, las felicito.
Con todo cariño