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Relato: Raúl Astorga

Relato: Raúl Astorga

-Las relaciones bárbaras-

 

     Aunque parece que está nublado, no hay nubes; aunque parece que está soleado, no hay sol. La escenografía es extraña y uno va caminando sin caminar, uno se siente persona, pero sabe que no es persona, uno se siente cámara de video, pero no lo es tampoco. Uno sabe que hay colores, pero sería incapaz de describirlos. Sin embargo, uno va, uno se entrega, a ese lugar en el que todo parece conocido, personal, entrañable pero absolutamente distante a la vez.  Es un lugar donde conviven bosques, edificios, gente, vehículos de distintas épocas, de ayer, de hoy, de siempre. Uno se encuentra junto a un río, sobre un puente donde hay una mujer frágil, deambulando a la que dan ganas de llamarla, Maga, y preguntarle algo, pero no hay tiempo porque ahí se acerca, de manera casual, su hombre, que la abraza y se van juntos. Y si salimos del puente y pasamos frente a un galpón vemos a una chica de la que sabemos su nombre y sabemos que escapa de un borracho para ir a denunciar a su jefe. Y más allá, de pronto, como un giro mágico de escenario de teatro, estamos en una avenida, de noche, sin que sea de noche, frente a un edificio donde un muchacho azorado por la incertidumbre, que huye sin huir de su amante ocasional que ha muerto repentinamente sin consumar esa relación. Lo sabemos, sin decirlo, lo sabemos, como sabemos quién es ese hombre que unos metros más allá busca subir a la estatua de la libertad en una New York que no es New York, aunque lo parezca. Uno puede cruzarse con un chico que va hablando sin pausa con un hombre muy grande al que llama capitán, y al que explica que va a ver a su amiga enferma que aún sigue en cama. O aquel grupo de chicos harapientos que corren hacia la esquina para dar la vuelta tras haberle robado a esa vieja indignada, mientras reconocen a ese chico distraído que dice llamarse Oliver. De pronto, una vivienda de primavera, con un montón de cachivaches electrodomésticos, con una pareja que discute si seguir o no con esa venta de garage. Y tantas parejas, como la de esa plaza que cree que va a vivir para siempre, que serán héroes sin tumbas, a pesar de todo. O como esa otra, allí nomás, donde se abre el mar, subiendo a un crucero, él, anciano tembloroso que repite algo acerca del ferrocarril norteamericano, mientras ella, anciana presumida, intenta desviar la conversación. Y todo pasa por seguir andando, hasta que aparecen esas galerías, una transversal a la otra. Podés entrar por una y salir por la otra, sólo que entrás en una ciudad y en una época y salís en otra ciudad y en otra época, aunque todo es permisivo, porque parece que no hay ciudades ni épocas, es todo así, enormes mundos, con mundos intensos, que nos catapultan a una eternidad de historias sin fin, que se cierran y se abren, cuando uno quiere, cuando uno vuelve a pasar por esas historias. Y la inevitable tentación de sumergirnos en el bosque donde una flecha te rozará la cabeza y una lanza te impedirá el paso y sólo lograrás seguir adelante si manejás los códigos correspondientes. Y ni hablar de los cambios climáticos, del frío seco a la humedad, del calor tropical a los otoños deprimentes, y aquel hombre que está a punto de ser fusilado y que antes de los disparos dice, como si estuviera jugando a las cartas con sus amigos en una noche de verano, que recuerda cuando su padre lo llevó a conocer el hielo. Y uno desearía quedarse para ver cómo sigue la cosa, pero uno avanza hasta encontrarse en una vía interminable que recorre un país, donde camina un tipo con aspecto de oficinista o de ingeniero, en mangas de camisa, que se bajó del tren, que busca lo que no se puede encontrar tan fácilmente, y se desvía hacia una ruta, y me desvío hacia otra historia, detrás de un paredón infinito hacia arriba y hacia los costados, con una ventanita pequeñita, que está sólo para que uno se asome y vea y escuche que hay dos tipos, de los cuales uno de ellos se mueve como una diva de cine y le está contando al otro una película conmovedora. Y, a veces, de tanto andar, uno cae en un universo abigarrado y en la idea de querer salir, aunque no es así nomás. Te caés de bruces contra un piso transparente, flexible, que te devuelve allá afuera una imagen más real de esa realidad que conocemos y a la que uno no quisiera volver, o chocás contra una pared que te devuelve un ruido a papel seco. Y quedás atrapado para siempre en esas historias que pasan a ser tu historia, sin vueltas, sin tiempos, sin elección de lo analógico o lo digital o lo impreso. Es tu historia, la enorme historia de tu vida y de tus relaciones bárbaras con toda esa gente de la que sólo vos conocés sus rostros, sus voces, sus ropas, sus pensamientos. Es tu historia, y qué importa el formato, si sólo importa que ya no podrás salir. 

                            RAÚL  ASTORGA

 

3 comentarios

Rosa Lía -

Un ida y vuelta constante en esta historia que son muchas historias, y uno quiere seguir leyendo para ver si aparece alguien conocido, pero no es nuestra historia, a pesar de parecerse. Me gustó mucho Raúl. abrazos

Lily Chavez -

No podrías haberlo dicho mejor Betty, eso tienen los relatos de Raúl, van y vienen sin que decaiga nuestra atención. Y qué foto amigo, está como la que me subió Betty, con muchos añitos menos, ja

betty badaui -

Buenísimo, Raúl, ese relato donde las secuencias van y vienen sin que decaiga la atención del lector.
Gracias por permitirme publicarlo.
Un gran abrazo.
Betty