Bienvenido, Juan Carlos Cía
La negra
La bocina del “Estrella del Norte” sonó implacable al llegar a las vías que se adentraban en la villa. Muchos descuidados habían pagado con la vida un segundo de distracción. Por eso, los maquinistas repetían ese sonido grave varias veces al atravesar esa enorme ciudad de códigos y leyes propias.
La negra se sobresaltó, levantó la cabeza y miró hacia las vías.
Ya pasa el tren, como pude distraerme tanto, están saliendo los chicos de la escuela y estoy todavía acá. La madre los tiene medio abandonados, se la pasa comiendo bizcochos con grasa y tomando mate con la gorda sucia de al lado. ¿Los nenes? Que se arreglen solos, total, estoy yo para vigilarlos. Los quiero mucho, si hasta aprendieron a caminar agarrados de mí. No me gusta que vuelvan solos, son chiquitos y están del otro lado de la ruta. Tienen que caminar muchas cuadras por estos pasillos inmundos. Son muy confianzudos y está lleno de degenerados. Por una moneda o un caramelo hacen cualquier cosa. Mejor ni lo pienso. Por lo menos no les van a dar una cuchillada para sacarles algo porque no tienen nada.
Los perros de los peruanos los pueden morder, son unos matones, me imagino los deditos de la nena en la bocaza de esos brutos y tiemblo. El mocoso es un agrandado, va a cruzar sin mirar. Los autos pasan como locos y siempre tiene la cabeza en cualquier parte. Encima le da vergüenza llevar a la hermana de la mano. ¿Si se le escapa? No estoy tranquila. Mejor me voy corriendo, aunque llegue con la lengua afuera. Va a ser mejor que esperar acá, nerviosa y con miedo que les pase algo. Soy una tarada, como se me pudo pasar así la hora.
A ver, agarro por acá que es más corto, tengo que pasar por el barro pero no importa. Espero que no estén esos dogos hediondos, se me van a venir al humo y no me van a dejar pasar. Me falta el aire, no me dan las patas para correr ligero, estoy vieja y todavía falta un montón.
Mercedes se dió cuenta de la hora y dejó de discutir. Era arquitecta, construía una casa en el country y como era habitual, los albañiles hacían lo que querían. Ya lo tenía decidido. El viernes después de pagarles despediría al capataz. Los de la guardia ya le conocían la rutina y sabían que a esa hora estaba muy loca. Ni bien la vieron venir le abrieron la barrera. Tomó la ruta y aceleró. Tenía poco tiempo para hacer las compras. No podía quedarse sin materiales porque se atrasaba todo. Llamó por celular al corralón para que la esperen. Al fin y al cabo era la mejor clienta.
Ufff que suerte, llegué, ahí están, ya salieron y van a cruzar la ruta, esperen que voy yo, no se manden solos.
Mientras hablaba, la mujer vió una sombra que se le cruzaba. No atinó a nada, ni a frenar ni a hacer una maniobra. Sintió el golpe y el parabrisas se salpicó con sangre. Por el espejo solo vió una figura oscura que se retorcía en el suelo sangrando por todos lados.
Si paro me matan, mejor sigo, después de todo era solo un perro pensó, mientras veía como la negra se moría revoleando sus cuatro patas hacia el cielo.
JUAN CARLOS CÍA
Juan Carlos Cía, vive en Villa Allende. Comenzó Taller con Jorge Felippa en Marzo de 2012.Ha ganado desde entonces, hasta el momento, más de 25 premios y menciones en Cuento y cartas de amor.
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Enviado por Rosa Lía Cuello, Cañada de Gómez.
Gracias Rosa Lía
3 comentarios
Juan Carlos Cia -
Abrazos
Juan
Rosa Lía -
Nada que agradecer Betty, es un gusto colaborar en tu blog.
Abrazos
Rosa Lía
betty badaui -
Va mi agradecimiento a Rosa Lía Cuello por su colaboración en la difusión de autores.
Betty